Enamórate de Uruguay, del departamento de Rocha y del Cabo Polonio

El departamento de Rocha, en Uruguay, es el más visitado del país en la temporada de verano. Cuenta con cientos de kilómetros de playas vírgenes, dunas, lagunas, áreas protegidas, parques y faros. Una explosión de vida al natural. En este artículo encontraras misticismo, buñuelos de alga y noches estrelladas.

El año 2019 comenzó en Uruguay, mejor dicho, en el departamento de Rocha, puntualmente, en el paraíso loquísimo que es el Cabo Polonio. Recorriendo también las agrestes y naturales playas de la zona: Valizas, Punta del Diablo, La Paloma, La Pedrera y Santa Teresa, pero anclada en las dos más lindas, la Sur y la Calavera. Allí pasé dos de los mejores meses de mi vida.

Conozca Rocha paisano

Un lugar caído del mapa, suspendido en el tiempo. Rocha es el último departamento del país, frontera con Brasil, justo ahí donde el “vos” se cambia por el “tu”. “Dale tu que te toca a ti”, es un marca de raíz, una manera de hablar, referirse de «tu», suena cariñoso y amable, se refiere a esta gente, habla de la tierra, de las palmeras, el campo, el mar, «la tranquera, la amistad, conozca Rocha paisano, dale tú que te toca a tí» canta Carlos Malo.

Un par de semanas en Castillos alcanzaron para adentrarme en esos detalles de los que habla la canción, fuego, juntadas y la vida de los personajes del pueblo. Re «canarios», dirían. Volvamos a las playas. Todas se distinguen por contar con un entorno natural agreste, rústico, donde los caminos de tierra predominan y el estilo de vida, relajado y casual, te invita a quitarte el calzado y bajar unas cuantas revoluciones.

Uruguay es, por lo menos para lxs argentinos, un país increíble.

Al Cabo hay que dejarlo ser, el tiempo es aquí y ahora

Ya había escuchado hablar de este paraíso “hipi” que es Cabo Polonio y me encantó la idea de vivir en el. Cosa cierta, para entrar es preciso poner en pausa el reloj, olvidarse del teléfono, dejar afuera el traje del estrés, y, como dicen por aquí, pasarselas gozando. Hecho.

Después de los siete kilómetros arriba de un camión corte safari dando saltos entre las dunas de arena y mar, se llega al pequeño pueblo donde se levantan humildes moradas en madera, a lo lejos, más ranchos, como les dicen a las casitas. Quienes valen la pena conocer son sin duda los pobladores de quienes se pueden oír historias de naufragios, tormentas y el cambio que vivió el lugar con el pasar de los años y las modas.

Lo primero que uno ve es el Faro, fue construido en 1881 y desde el se pueden apreciar los miles de lobos marinos que habitan las piedras y de quienes hubo que alejar a los chinos cazadores. También, lo loco de habitar una tierra sin árboles y la belleza simple y singular de las playas. Una de ellas es testigo de la salida del sol y la otra de la puesta. Una maravilla. Los más lindos atardeceres que he visto, una paleta de colores que los visitantes aplaude cada fin de tarde.

En el Cabo no hay electricidad y el agua es escasa, es ahí donde uno se rescata de la importancia de cuidar este recurso. Hay un par de almacenes que proveen a los cientos de turistas que entran por día a conocer, puestos de artesanías y hipis como parte del escenario.

La noche es la mejor parte. La ausencia de contaminación lumínica nos muestra el show que el cielo puede dar, así como es, una nebulosa increíble donde las estrellas fugaces son moneda corriente al punto que pedir deseos pierde totalmente el poco sentido que en realidad tiene. Satélites y todas las constelaciones. Si te recostas en la arena una noche despejada perdés enseguida la noción del tiempo y una noche de luna llena no se precisa siquiera la luz de la vela. La vista se acostumbro a la oscuridad y las velas en envases austeros se convirtieron en todo lo necesario para iluminar: un camino, la entrada al rancho, las mesas del restaurante y mi linterna de cada noche.

El Faro aporta su magia y es guía y testigo mudo de infinitas historias. Cada doce segundos la luz vuelve a iluminar el rincón donde te ubiques, suena romántico, ¿verdad? Vivir aquí todo el año debe ser otra historia. Sin veraneantes, la música del mar, el graznido de las gaviotas y el murmullo del viento que pega fuerte, han de ser lo único que se escucha. Para los pobladores el verano es una fecha clave de todas formas, es lo que les permite ganar el dinero con el que vivirán gran parte del año. El suelo y el hecho de que el Polonio sea una Reserva, hacen que no pueda cultivarse ninguna especie no nativa, asique el único recurso es la pesca y saben sacarle provecho, todos pescan, para placer de paladares exquisitos.

Todo parece brillar en el Cabo, en el cielo la galaxia, en el campo las luciérnagas y en el mar las noctilucas. Quedé fascinada, son unos imperceptibles bichitos que pueden verse azulados a la noche en las olas. Como si se activasen con el movimiento, es divertido y gracioso jugar con ellas en la orilla. Así pasé mis primeras noches, saltando olas «como gurisa chica».

Para moverse por el departamento y conocer los balnearios el mejor modo de hacerlo es en colectivo, la línea es Rutas del Sol. La 10 es la ruta que une la mayoría de los destinos y hacer dedo es una opción viable. Durante el verano explota de turistas y la gente local es humilde y buenísima.

Aquí un resumen de los lugares que no te podes perder y una breve descripción de cada uno con consejitos:

La Pedrera: dueña de una rambla envidiable, es ideal para observar la inmensidad del mar, tomar mate, leer y descansar.

Desde Barra de Valizas al Cabo Polonio, o al revés! Estos dos pueblos balnearios se pueden conectar a pie, por la playa, es una caminata de ocho kilómetros a la orilla del mar. También se ofrece el paseo a caballo. El cerro de la buena vista permite tomar buenas fotografías y recostarse sobre la arena caliente es un pequeño placer de la vida.

Punta del Diablo: pueblo donde la juventud reina en verano y los pescadores llegan con pescado fresco todos los días. Hostels, surf y buñuelos de algas. No te pierdas esta delicia recién salida de la cocina de los moradores.

Santa Teresa: sus muros nos hablan de historia. Se terminó de construir en 1895 y después de largos años de abandono se cubrió de arena. Hoy es un museo y se enmarca en un Parque Nacional.

El chuy: el gran shopping a cielo abierto, el reino del free shop, llamalo como quieras. Frontera con Brasil las playas son largas y hermosas y los precios para llevarse todo. A diferencia de Uruguay, que no es nada barato, el Chuy se presta como alternativa para llenar el carrito.

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