A siete meses del aislamiento obligatorio y a punto de pensar que había zafado del Covid-19, me lo pesqué. Entonces, si ya me sentía presa en mi ciudad ahora no me queda otra que apenas asomarme al balcón para respirar el aire. En estos días, recordé la historia de una hermosa isla brasilera que solía ser la cárcel de enfermos y esclavos, confinados a morir en medio de la mata atlántica y rodeados de mar turquesa: Ilha Grande.
Desde que el coronavirus se instaló en el presente del planeta entero, el universo que implica viajar quedó paralizado. Justo cuando empezaba a pensar que realmente el mundo es un pañuelo, a soñarme volando con destino abrazo a aquellas “otras” sociedades en un apretado vínculo de interculturalidad, la pandemia puso un freno a los deseos.
Entrando al décimo mes del año y al séptimo de aislamiento, ya me imaginaba celebrando el fin del 2020 sin coronavirus. No será así. Estoy a punto, y más ansiosa que si llegara a un aeropuerto, de recibir el alta médica que permitirá encontrarme nuevamente con la arena, la plaza y ver más allá del marco de la ventana.
Durante estos días de confinamiento estricto, la historia de Ilha Grande acaparó mis pensamientos. No pude dejar de comparar mi encierro en la ciudad balnearia que me vio nacer con el que vivían enfermos y esclavos años atrás: rodeados de verde y abundante vegetación y un mar que invita a zambullirse. Aunque, claro, cuando estas confinado no hay paraíso posible, no hace falta su aclaración.
Frente a Río de Janeiro, Ilha Grande tiene en sus 193 kilómetros cuadrados de extensión, todo lo que se puede imaginar: ríos, lagunas, cascadas, bosques, montañas y más de 100 playas increíbles. ¿Lo que no tiene? Autos y sedes bancarias. El lujo se traduce en usar siempre ojotas, pareo y comer en pequeños restaurantes sobre la arena y a la luz de las velas.
Pero la historia, incluso bastante reciente, de esta isla, no tiene nada que ver con sus encantos naturales y atractivos turísticos. Sí es cierto y es merecedor remarcarlo, su historia de terror favoreció a que se mantenga muy bien conservada y que la mano del hombre no haya sido devastadora (hasta ahora).
Cuentan los lugareños y la rústica casa de cultura, que durante los siglos XVI y XVII, los portugueses que colonizaron el territorio fueron planeando a la isla como lugar para grandes plantaciones de caña de azúcar y café, trabajadas obviamente por los esclavos africanos. Esto significó que la zona se convirtiera en una de las principales rutas de los barcos que transportaban a esclavos y esclavas.
Entre las variadas trilhas (senderos) que ofrece la isla como forma de llegar a las playas y cascadas, se encuentra una que conduce a Praia Preta, llamada así por el color de la arena, oscura debido a los propios minerales del lugar. Pegado a esta playa se encuentran las ruinas, tapadas por enormes plantas, de lo que fue alguna vez el lugar donde los esclavos debían hacer cuarentena y que luego fue usado como leprosario.
Lazareto se le llamó al lugar y funcionó desde 1886 hasta 1913 atendiendo a más de 4000 embarcaciones y fue dado de baja debido a cambios en la manera de entender cuestiones políticas y a los avances en la medicina. Hoy, apenas quedan las ruinas de lo que fue el acueducto y marcos de inmensos muros.
Si ya Ilha Grande era un pedazo de tierra destinado a aislar a los enfermos para que pudieran reponerse y ser los trabajadores que los colonizadores necesitaban para engrosar sus bolsillos, imagínense lo aislado, valga la redundancia del término, que fue después, cuando se instaló allí un penal.
En 1903 se convirtió en una prisión federal llamada Colonia Penal de Dois Rios y luego se llamó Cándido Mendes y albergó prisioneros comunes hasta 1954. “Comunes” es un término horrible para referirse a las personas privadas de su libertad. La última y sangrienta dictadura militar brasilera también usó las instalaciones de la isla para llevar allí a cientos de presos políticos. Una vez regresada la democracia, siguió funcionando como penal hasta 1994. Ya les decía yo que hablábamos de historia reciente.
Los isleños cuentan que las condiciones históricas de este paraíso provocaron en las personas de la zona pocas ganas de habitarlo. Y después de conocer las ruinas de lo que era la parte subterránea de la prisión, que es lo que quedó, con razón nadie quería acercarse ¡da miedo! Eso hizo que la mano del hombre, que arrasa con todo y que lidera el ranking en devastación de bellezas naturales, no actuase hasta poco tiempo atrás.
En la actualidad, Ilha Grande se ubica como una de las preferidas por el turismo y los motivos sobran. Es importante destacar que dentro de la isla existen cuatro grandes áreas protegidas, que cuenta con importantes ejemplares de mata atlántica característicos y bien conservados y también hay un Centro de Estudios Ambientales y Desarrollo Sostenible.
La isla es mágica y su visita obligatoria si estas en Río de Janeiro o en playas de Angra dos Reis. Para llegar, el transporte es únicamente barco y existe uno “público” digámosle así, que ofrece el servicio mucho más económico que las lanchas privadas, pero que sale y vuelve una única vez por día. Atentos a ese detalle.
Y mi Top 3 de atractivos a visitar si no vas a extender tu estadía son Praia Lopes Mendes: cuatro kilómetros de arena blanca y fina a la que llega una ola suave y sin espuma. Se llega luego de realizar una trilha (sendero) o contratando un servicio de lancha. (Se me escapan los suspiros mientras sigo mirando por mi ventana, un día gris y lluvioso en Mar del Plata).
En segundo lugar ubico la trilha hasta la Cachoeira da Feiticera: el recorrido desde ya es un placer porque ofrece ruinas, ríos, puentes, mucha selva y muchas plantas, se pueden observar aves y hasta grandes monos. También se puede disfrutar de su playa y nadar en la cascada súper fresca de agua dulce.
Y por último Laguna Azul, que no es ni playa ni una laguna. Aquí se formó una bahía y por lo tanto sus aguas son calmas e ideales para practicar el snorkel y pasarse horas observando cómo transcurre la vida debajo del mar. Es una verdadera piscina natural.
Las calles de arena y la falta de autos le suman al lugar mil puntos en cuanto a paz y tranquilidad. En la zona “urbana”, la Vila do Abrao, se ofertan muchas opciones de alojamiento, todas simples y bonitas. También hay campings y lugarcitos para sentarse a comer y tomar algo. Si alguna vez este lugar dio temor y sirvió para arrojar aquí a los enfermos y presidiarios, a mí me gustaría recuperarme del Covid en una isla como esta.
Que linda historia….la belleza y la naturaleza siempre ganan a los designios del hombre…
Es hermosa, yo siempre iba, ahí está todo lo que me gusta, selva con senderos de plantas de todo tipo, con flores, árboles, mar, y se pueden comer los más ricos mariscos, pescados, platos muy ricos, gente con mucha alegría en su cara, mucha paz, y muchas cosa más!!
Hola Ana Maria! Tal cual, tiene todo la isla, la comida súper sabrosa y la gente maravillosa. Muchas gracias por dejar tu comentario!
Hermoso relato
Muchas gracias por compartir.
Espero te recuperes pronto y bien…así podrás regresar a disfrutar de la isla.
Gracias Guillermo! Ya recuperada y ansiosa por volver a esa mágica isla!