Potosí es Cerro Rico pero también es historia y desiertos para recorrer!

Mi experiencia en el tour a las minas, la increíble belleza arquitectónica del centro histórico, sus plazas, iglesias y callejones, el desierto en bicicleta, el ojo del inca y el mercado que huele a sopa de maní, todo, en este artículo.

“En nuestros días, Potosí es una pobre ciudad de la pobre Bolivia: la ciudad que más ha dado al mundo y la que menos tiene, como me dijo una vieja señora potosina”, así decía Galeano en el capítulo Esplendores del Potosí: El ciclo de la plata, de las Venas Abiertas de América Latina.

La verdad, no han cambiado mucho las cosas desde entonces, ni económica ni socialmente, la explotación del Cerro Rico me pegó fuertísimo y al mismo tiempo me sentí aliada a este pueblo que, justo dio la coyuntura, mantuvo una activa huelga mientras lo visité, en reclamo de unas cuantas cosas que podría resumir en una justa distribución de la riqueza en relación a las regalías que deja el litio en esta zona.

La situación de ponerse el traje del minero para entrar en la montaña es extraña, ¿cómo no sentirse así frente al hecho de tomar como algo turístico el trabajo de un montón de hombres? Hoy, alrededor de siete mil personas trabajan en las minas, nucleadas en unas 50 cooperativas aproximadamente, y las condiciones de trabajo no distan tanto de aquellas percibidas casi quinientos años atrás.

Venerando al Tío, tomando alcohol de farmacia “potable” y mascando bolones de coca, los mineros pasan adentro de la tierra entre ocho y diez horas por día sin comer ni tomar agua explotando dinamita y aspirando sílice. Y ahora no palean niños, años atrás, a partir de los diez años ya estabas apto para aprender el oficio. Ni hablar si pensamos en términos históricos y contamos los millones de muertos que se tragó este cerro. Pero trabajo es trabajo y sin mineros no hay Potosí y no hay comida en la mesa de un montón de familias.

Antonio trabajó en la Cooperativa 11 de Abril durante cinco años, su padre 20 y su abuelo 25, hoy lleva a los turistas al interior de una de las entradas a la mina, actualmente activa. Bajamos tres de los catorce niveles que tiene, la vivencia es fuerte, muy fuerte. No sé si fue claustrofobia lo primero que sentí o miedo, o frío, o falta de aire o una mezcla de todo eso. A los minutos comencé a acostumbrarme a ver en la oscuridad. Adentro no hay nada, ni señal, ni luz, ni flecha dibujada en la roca, nada. Como topos, los mineros resuelven los quehaceres aunque sea muy fácil perder la noción de donde estás ahí adentro. Cuando salimos de la mina, me senté y lloré. Lloré un montón.

Antonio, nuestro apasionado guía, cuenta pormenores y pide preguntas, le gusta su trabajo, pero más le atrae la idea de generar conciencia sobre la explotación del metal. Sus compañeros lo reconocen como un líder comunista, el no se asume político “todavía”, dice y sonríe mientras se lleva a la boca un puñado de hojas de coca. Antonio compró galletitas para todos los perros que van a saludarlo apenas pone un pie en el cerro. Antonio es un militante y a mí me encanta encontrarme con esos seres en mi viaje. Si te animas a hacer el tour, recomiendo lo hagas con familias de mineros, así el dinero circula en la ciudad.

«Vale un Potosí»

Muchos turistas llegan a la Potosí para conocer las minas y continúan viaje al otro día, a mi criterio,  la antigua Villa Imperial se merece por lo menos tres. Reconocida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, la ciudad es digna de asombro. Los obligados para recorrer:

La Casa de la Moneda: Data del año 1500 y el recorrido es guiado, lo que permite conocer detalles de la rica historia que posee la ciudad, a la que se verá ligada siempre.

Caminar por sus instalaciones es un viaje histórico en sí mismo. Al mismo tiempo, se puede ver cómo era el proceso de confección de monedas de plata para la Colonia.

Casa de la Moneda

Plaza 10 de Noviembre: En el centro de la ciudad, su fachada es muy bonita, después del trajín de subir y bajar por las empinadas calles, amerita un descanso, beber un jugo callejero y comer una salteña, por qué no. En frente, la Catedral donde también recomiendo entrar, y el Cabildo.

La arquitectura colonial, con los típicos balcones de madera, se pueden ver a lo largo de la calle Quijarro y también en el Pasaje de las 7 vueltas, muy recomendables paseos para mirar hacia arriba y tomar fotografías. Nunca se sabe hasta cuándo durarán estas históricas residencias. Las iglesias, conventos y arcadas son espectaculares obras de la arquitectura que dotan a la ciudad de su magia y sus colores.

Las calles de Potosí son tan pintorescas!

Un detalle que me asombró de Potosí es la existencia de metegoles. Tanto en plazas y mercados se encuentran estas mesas, siempre rodeadas de niños y niñas jugando. Lindísima política la de mantener estos atractivos al alcance de las infancias.

El hostel que me albergó (y donde fui voluntaria por quince días) fue Casa Blanca Hostel. Allí conocí a Omar, apasionado por el ciclismo, creador del emprendimiento Jaku en Bici, quien con mucho placer te ofrecerá conocer los alrededores de la ciudad en dos ruedas. Juntos, hicimos un total de 46 km desde el centro de la ciudad hasta el poblado de Cabanias y un poquito más allá. El desierto es un lugar distinto para ver y realmente vale la pena. Parada clave: el ojo del inca, una laguna circular volcánica con agua termal que guarda más de una leyenda.

De madrugada rumbo al desierto, desde Casa Blanca Hoste

Los mercados no son para todo tipo de viajeros, como mochilera, los considero un punto importante. Dialogar con las mamitas que venden frutas y verduras, que cocinan los platos típicos, que ofrecen a precios económicos y regalan siempre un poquito más. De Potosí, me llevo la sopa de maní, un plato típico a base de esta semilla, un poquito de picante y carne, se sirve con papitas fritas y cilantro.

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